12 Jul Shamara Montes Constanzo. Educadora infantil. 33 años.
¿Por qué pediste acompañamiento?
Pedí acompañamiento a raíz de la muerte de mi mejor amiga.
La muerte mi mejor amiga, mi alma gemela, una parte del engranaje del motor que mueve…o movía mi vida, me dejó tocada y hundida. Echando la vista atrás y con las fuerzas suficientes que me ha dado el poder haber pasado por esto, me doy cuenta de que el motivo real de la NECESIDAD de acompañamiento fue para poder aprender, superar, entender, aceptar ya no sólo su muerte y lo que suponía vivir sin esa parte tan importante de mí y de mi vida, sino también entender la manera en que murió.
Pasaron los días, las semanas y yo seguía cogiendo el teléfono para llamarla y preguntarle cómo le había ido el día sin ser muy consciente aún de que no habría nadie al otro lado del teléfono.
Pasaron los meses y la vida seguía triste y vacía y sin sentido sin ella.
Un día…me levanté una mañana, me miré al espejo y empecé a llorar sin poder parar de hacerlo. Sentía un dolor que me oprimía el alma. Yo.. que siempre había cargado a la espalda todo lo que la vida me “había regalado” …yo… que lejos de hundirme con todo lo que me había tocado vivir, me había hecho dura y fuerte como una roca…yo que perdí a mi padre con sólo 11 años y me tocó crecer y madurar de golpe.
De repente me encontré con mi propio enemigo…yo misma. No sabía quién era esa persona del espejo. No me reconocía. Me recluí. Me refugié en mi dolor. Me aparté de todo lo que me rodeaba. Dejé de hacer todo lo que hacía y que en su momento me hacía feliz. Me aparté de mis amigos, los de toda la vida, los que conozco desde que tengo 3 años. No quería verlos, no quería estar con ellos, no quería hablar con ellos, me molestaba estar con ellos, cuando lo único que en realidad ellos querían era ayudarme. Ellos y el resto de gente que me rodeaba, pero todo el mundo me molestaba. Mi familia. Mi marido…no soportaba ni que me abrazara. Que me besara. No quería estar con él. Mis hijos me molestaban. Mi rabia y mi dolor a veces acababa en ellos …mis hijos, ellos que no tenían la culpa de nada.
Me di cuenta de que estaba destrozando lo que a lo largo de mi vida había ido construyendo. Mi mundo se empezaba a tambalear. No sabía para dónde tirar, ni para delante ni para detrás. Sentía que, si daba un paso más TODO, ABSOLUTAMENTE TODO se iría al traste. Nada podía estar bien. Si yo no estaba bien, no podía dar para nadie, nada podía ofrecer, ni siquiera a mis hijos. Sentir que mis hijos no tenían a su madre, darme cuenta de que mis hijos me habían necesitado…me necesitaban y yo no estaba…me hizo sentirme el ser más horrible y despreciable de la tierra. No podía perdonarme ese desplante, ese rechazo, ese desprecio hacia ellos. Mis tres hijos. El mayor regalo que la vida me había dado. Esa misma vida a la vez que maravillosa, a veces es altiva y egoísta. Esa misma vida que me había arrancado de los brazos a mi alma gemela. A mi amiga. Mi mejor amiga. A casi una hermana. Pero sin embargo sólo podía darle las gracias a la vida por haberme dado el privilegio de traer al mundo a mis tres hijos.
En aquel momento me sentí sola, vacía, rota, perdida. Desorientada. Sentí una NECESIDAD VITAL de volver a recuperar mi vida y mi pequeño mundo. De recuperar a mis hijos y de volver a tener el título de madre.
El acompañamiento la conocí a través de un amigo de mi marido. Le dije que necesitaba ayuda y él que me conoce bien, sabía lo que yo necesitaba. Y me dijo “Llámala. Te ayudará”. Él sabía que funcionaría. Y así fue. Funcionó. Y de esta manera fue como este amigo sin quererlo se convirtió en parte más imprescindible aún de lo que ya era para mí. En cierta manera a él también le debo este regalo de volver a vivir.
¿Qué te aportó el acompañamiento?
El acompañamiento me devolvió a la vida. Sí. A la vida. Yo sola dejé de vivir. Yo sola era la única culpable de haber destrozado mi vida y mi mundo.
Pasaron pocas sesiones desde que acudí a ella por primera vez. Creo que sólo tres. Sin darme cuenta y aún a día de hoy sin saber muy bien exactamente qué fue lo que pasó EMPECÉ A VOLVER A VIVIR. Me regaló de nuevo mi vida. Me devolvió a ella.
Empecé a ver de nuevo el mundo que me rodeaba. Empecé a ver las cosas de una manera como nunca antes lo había hecho. Empecé valorar cada pequeño y mínimo de cualquier cosa. Cualquier gesto, cualquier mirada, cualquier sonrisa. Cualquier instante. Me emocionaba tomarme un simple café con una amiga. Ese pequeño e insignificante detalle cómo es tomarte un café me hizo darme cuenta de lo afortunada que era…por estar en este mundo… por tener a esa persona en mi vida…agradecí a la vida haberme regalado tanto, me sentí muy afortunada por volver a vivir.
Mi vida, a partir de ese momento cambió. Seguía siendo yo, pero me di cuenta de que mi mejor amiga, mi alma gemela, sin ser conscientes la una ni la otra, me había dado unas clases magistrales sobre la vida, y sobre cómo mirarla. Me hizo el mayor de los regalos por haber hecho juntas parte de este camino. De esto me di cuenta después de su muerte. Cuando pude empezar a seguir mi camino sin ella. Cuando pude dejar atrás toda esa tristeza que me invadía y puede empezar a cambiar las lágrimas de dolor y rabia por recuerdos llenos de amor. Cuando puede empezar a quedarme con todo lo bonito que me enseñó y que me dio. Cuando cada día que algo me la trae a la memoria se dibuja una sonrisa en mi cara.
Volví a acercarme a la gente que tanto quería…todos y cada uno de ellos seguían estando ahí. A pesar de mi rechazo no se habían movido ni un ápice. Y ese también es un regalo inmenso que cualquier persona te puede hacer, regalarte su tiempo. A todos ellos les agradecí por estar a mi lado. Y les hice sentir lo importantes que eran para mí. Fue algo muy especial.
Me volví a enamorar de mi marido, cada día que pasaba desde aquel instante en que volví a vivir me di cuenta del porqué me había enamorado de él 13 años atrás. Volví a ver todo lo que me llenaba en él y todo lo feliz que me hacía. De nuevo me vi otra vez agradeciéndole a la vida.
De nuevo me dejé contagiar por la magia y la energía que me daban mis hijos. Me cargaban las pilas cada día con sus pequeñas sonrisas. Le daban vitaminas a mi alma.
Al principio me costó el acompañamiento. Mucho. Supongo que las dudas de no saber qué pasaría y el miedo a enfrentarme a algo que me aterraba y que me estaba matando por dentro, me paralizaba. También me frenaba un poco explicarle mis cosas a una persona que no conocía de nada…pero fue tan fácil. Fue una lucha entre esa pena y ese dolor que me oprimía el alma y yo. Costara lo que costara esa lucha tenía que ganarla yo. Y la gané. No fue fácil cruzar ese túnel. Pero lo hice. Y me hice indestructible. Estar ahí en medio de ese túnel me hizo coger fuerzas para enfrentarme otra vez a la vida. Para disfrutar de ella. Para sentirme feliz y muy muy afortunada de todo lo que tengo y de todo lo que me rodea.
¿Qué valoras del acompañamiento?
Sara y yo no hacíamos nada en especial. Éramos dos personas, Sara y yo. Yo hablaba, ella escuchaba. Nada más. Ella estaba ahí, delante de mí. Me daba la mano, me abrazaba … estaba a mi lado. Entendiendo mi dolor, mi duelo y mi rabia. Siempre desde el respeto, sin juzgar nada de lo que yo pudiera pensar y/o sentir.